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Capítulo
1
INCUBACION: UNA LEY DE LA FE
Dios nunca producirá ninguna de sus grandes obras en su vida, a menos que la realice por medio de la fe suya, su fe personal. Se tiene por concedido que usted tiene fe, porque la Biblia dice que Dios ha dado a todos y cada uno de nosotros una medida de fe. Usted debe tener algo de fe, sea que la sienta o no. Hay veces que trata de sentirla, pero cuando realmente necesite de ella, la fe va a estar allí. Va a estar allí para que usted la use. Pasa lo mismo que con sus dos brazos, que cuando usted los necesita, los usa. Sencillamente, los mueve y los pone en uso. Yo no necesito sentir que mis brazos están colgando de mis hombros para saber que los tengo.
Sin embargo, hay ciertos modos y maneras en que la fe obra, y lo liga y relaciona a usted con su Padre celestial, que habita dentro de usted. La Biblia dice que la fe es la sustancia de las cosas que se esperan, una sustancia que tiene una primera etapa de desarrollo — de incubación — antes que pueda ser usada completa y efectivamente. Usted puede preguntarse ahora: ¿Cuáles son, entonces, los elementos que pueden hacer usable mi fe? Hay cuatro procesos básicos en la incubación.
Primero, para poder usar su fe usted debe tener una clara visión de su objetivo. La fe es la sustancia de las cosas — cosas claramente nítidas — que se esperan. Si usted tiene sólo una vaga idea de lo que desea, entonces está fuera de ese toque único que es el que puede responder a su oración. Imprescindiblemente, usted debe tener una meta bien clara y definida. Yo aprendí esta lección en una manera muy particular. Había es-tado en el ministerio pastoral durante algunos meses, y en cuanto a cosas materiales se refiere, no tenía absolutamente nada. Estaba soltero todavía, y vivía solo en una pequeña pieza. No tenía escritorio, ni silla, ni cama. Dormía en el suelo, comía en el suelo, estudiaba en el suelo. Y tenía que caminar kilómetros y kilómetros cada día, para poder ganar algunas almas.
Pero un día, mientras estaba leyendo la Biblia, quedé tremendamente impresionado por las promesas de Dios. La Biblia decía que si yo tan sólo pusiera mi fe en Jesús, orando en su nombre, podía recibir cualquier cosa que pidiera.
De modo que entonces oré diciendo: —Padre, ¿por qué un hijo del Rey de reyes y Señor de señores, tiene que vivir sin cama, sin escritorio y sin una silla, y ca-minar kilómetros y kilómetros cada día? Por lo menos, podría tener un escritorito muy humilde, y una sillita en qué sentarme, y una humilde bicicleta para salir a hacer visitas.
Sentía que, de acuerdo a las Escrituras, podía pedir esas cosas al Señor. Me puse de rodillas y oré fervorosamente: — Padre, ahora estoy orando. Por favor, te pido que me mandes un escritorio, una silla y una bicicleta.
Puse toda mi fe en el pedido, y di gracias a Dios.
A partir de ese momento comencé a esperar diariamente el envío de esas cosas. Pasó un mes, y no obtuve ninguna respuesta. Luego pasaron dos, tres, cuatro, cinco, seis meses, y todavía seguía esperando. Un día, era un día gris y lluvioso, caí en una depresión profunda. No tenía comida para esa noche, y estaba hambriento, cansado y hundido. Comencé a lamentarme. Señor, te he pedido un escritorio, una bicicleta y una silla varios meses atrás, pero no me has concedido todavía ninguna de estas cosas. Tú ves que estoy predicando el evangelio entre esta gente tan miserable de este barrio tan pobre. ¿Cómo puedo pedirles a ellos que ejerciten su fe, cuando no puedo practicarla ni para mí mismo? ¿Cómo puedo pedirles a ellos que pongan su fe en el Señor, y que vivan sólo de la Palabra, y no de pan?
— Padre mío, estoy desalentado realmente. No estoy muy seguro de ello, pero sé que no puedo negar la Palabra de Dios. La Palabra debe ser firme, y estoy seguro de que habrás de responderme, pero no sé cuándo, o cómo. Si vas a contestar mis oraciones después que me haya muerto, ¿qué provecho tendrá para mí? Si vas a contestar mi oración en vida, Señor, ¡que sea pronto!
Luego me senté y empecé a llorar. Al poco rato experimentan una gran serenidad. Una profunda tranquilidad invadió mi alma. Siempre que he tenido la misma clase de sentimientos, o sea un sentido real de la presencia de Dios, él siempre me ha hablado. De modo que esperé. Entonces resonó en mi alma una voz quieta y pausada, y el Espíritu me dijo: —Hijo mío, he escuchado tu oración hecha largo tiempo atrás.
Yo exclamé abruptamente: — ¡Entonces! ¿dónde están mi escritorio, mi silla y mi bicicleta?
El Espíritu me volvió a decir: — Este es el problema contigo, y con casi todos mis hijos que me piden cosas. Ellos me ruegan, demandan cosas de mí, pero me piden en términos tan vagos que nunca les puedo responder. ¿No sabes tú que hay docenas de escritorios diferentes, y muchas clases de sillas, y muchas marcas de bicicletas? Tú me pediste vagamente «un escritorio, una silla y una bicicleta”. Nunca me pediste algo bien específico.
Este fue uno de los puntos críticos de mi vida. Ningún profesor del instituto bíblico me había enseñado tal cosa. Yo había cometido un error, y esto resultaba ahora un despertar para mí.
Siempre en oración le dije al Señor: —Señor, ¿tú quieres que ore en términos específicos? El Señor me guio a recordar Hebreos 11:1 «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera — cosas bien específicas —la convicción de lo que no se ve”.
Me arrodillé de nuevo y seguí orando: —Padre, lo siento. He cometido un error grave, y no te he com-prendido. Cancelo todas mis oraciones anteriores. Voy a empezar de nuevo.
De modo que le di al Señor el tamaño del escritorio, el cual tenía que ser de caoba de las Filipinas. Le pedí la mejor clase de silla para escritorio, una que tuviera meditas en las patas, así podría correrme de un lado al otro con sólo dar un empujón con el pie.
Luego le hablé de la bicicleta. Y por cierto que puse mucha consideración en el pedido, porque en Corea hay muchas marcas de bicicletas: Coreanas, japonesas, formoseñas, alemanas. Pero en esos días las bicicletas fabricadas en Corea o en Japón eran muy livianas, y yo deseaba una que fuera bien fuerte, maciza. Y como las bicicletas de fabricación americana son muy buenas, oré diciendo, — Señor, quiero una bicicleta «made in U.SA.” que tenga cambio de velocidades, así puedo regular la velocidad cuando ande subiendo o bajando cuestas.
Ordené estas cosas en términos tan precisos que el Señor no podría tener ninguna dificultad, ni cometer ningún error al remitirlas. Sentí como la fe fluía de mi corazón, y me regocijé en el Señor. Esa noche dormí como un niño.
Pero cuando desperté a las cuatro y media de la mañana para mi habitual período de oración, noté que mi corazón estaba vacío. La noche antes había tenido toda la fe del mundo, pero parecía que, mientras dormía, toda la fe se me había evaporado. No sentía nada en mi corazón. Dije: — Padre, esto es terrible. Una cosa es tener fe, y otra cosa es conservar la fe hasta tener la cosa que uno ha pedido.
Este es un problema común a todos los cristianos. Pueden escuchar un rato a un excelente predicador, y tener toda la fe del mundo mientras lo están oyendo. Pero cuando llegan de regreso a su casa advierten que toda la fe se les ha ido. La fe ha criado alas, y se les ha volado.
En aquella mañana, cuando estaba leyendo la Biblia en busca de algún pasaje especial para predicar, mis ojos cayeron súbitamente en Romanos 4:17: “Dios le-vanta a los muertos, y llama las cosas que no son como las que son”. Mi alma se aferró a esa escritura, y mi corazón comenzó a entusiasmarse. Me dije a mí mismo: «Debo llamar las cosas que no son como si ya fueran, y como si las tuviera ya”. Y así recibí la respuesta al problema de cómo conservar mi fe.
Corrí a la carpa que nos servía de iglesia, donde ya había varios hermanos orando, y después de cantar algunos himnos comencé a predicar. Les expuse esa misma escritura y les dije: — Hermanos, por la bendición de Dios ya tengo un escritorio de caoba de las Filipinas, una hermosa silla de armazón de acero y rueditas, y una bicicleta de fabricación americana con cambio de velocidades. ¡Alabado sea el Señor! ¡Ya he recibido todas esas cosas!
La gente me miró y carraspeó, porque sabían que yo era absolutamente pobre. Pensaron que estaba fanfarroneando, y no creyeron a mis palabras. Pero yo estaba alabando a Dios por fe, tal como la Palabra de Dios me había dicho que lo hiciera.
Después del servicio, cuando yo iba saliendo, tres de los jóvenes de la iglesia me alcanzaron y dijeron:
— Pastor, deseamos ir a ver esas cosas.
Quedé aterrado, porque no había contado con ese compromiso de mostrar mis objetos. Todos los miembros de la iglesia vivían en uno de los arrabales más pobres, y si se daban cuenta de que su pastor les había mentido, ya podía dar por terminado mi ministerio allí.
Y los jóvenes no estaban dispuestos a volver atrás. Me hallaba comprometido en una situación terrible, y co-mencé a orar: — Señor, desde un principio ésta no ha sido mi idea. Fue idea tuya que yo les dijera tal cosa. Yo solamente te he obedecido, y ahora estoy en un aprieto. Les he hablado como si ya fuera dueño de las tres cosas. ¿Qué explicación les puedo dar ahora? Tú debes ayudarme, como siempre lo has hecho.
Entonces el Señor vino en ayuda mía, y una idea quedó flotando en mi corazón. De modo que resueltamente les dije: —Vengan a mi cuarto, y lo verán.
Entraron todos juntos y se pusieron a mirar por todos lados para ver dónde estaban el escritorio, la silla y la bicicleta. Les dije: — No busquen esas cosas. Yo se las mostraré más tarde.
Apunté con el dedo a un joven llamado Park, quien ahora es pastor de una de las iglesias más grandes de las Asambleas de Dios en Corea, y le dije: —Te haré algunas preguntas. Si me las puedes contestar, yo te mostraré las tres cosas. Dime, ¿cuánto tiempo estuviste en el vientre de tu madre antes de que nacieras en este mundo?
El se rascó la cabeza y dijo: —Nueve meses.
— Bien, ¿y qué estabas haciendo durante esos nueve meses en el vientre de tu madre?
— Oh, estaba creciendo.
— Pero — proseguí —, nadie te veía.
— Claro que no. Nadie podía verme porque yo estaba en el vientre. Entonces le dije: — Fíjate bien. Tú eras un verdadero niño, eras un verdadero niño todo el tiempo en que estuviste en el vientre de tu mamá, tanto como lo fuiste inmediatamente después de nacer. Tú me has dado la verdadera respuesta. La otra noche me arrodillé aquí, y le pedí al Señor que me concediera la bicicleta, la silla y el escritorio, y por el poder del Espíritu Santo concebí esas tres cosas. Ellas están dentro de mí ahora, y están creciendo. Y son cosas tan reales y verdaderas como cuando llegue el día que me las traigan, y toda la gente las pueda ver.
¡Ellos comenzaron a reírse a carcajadas! — Es la primera vez que vemos a un hombre embarazado de un escritorio, una silla y una bicicleta.
Después de esta escena me costaba andar entre la gente sin que las mujeres cuchicheasen y me miraran.
Y los jóvenes de la iglesia, muchachos picaros y travie-sos, me tocaban el estómago y me preguntaban: —Pastor, ¿cuántos meses le faltan?
Pero yo tenía la plena seguridad en aquellos días que las tres cosas estaban creciendo dentro de mí. Todo era cuestión de tiempo, el tiempo justo necesario que espera una madre hasta que nazca su hijo. Sin duda ninguna que las cosas que usted ha pedido hoy, toma-rán un tiempo antes que lleguen, pero está usted embarazado de ellas, y al debido tiempo las tendrá.
Me mantuve alabando al Señor constantemente, y al debido tiempo, me llegaron las tres cosas. Y llegaron exactamente como las había pedido: el escritorio era de caoba de Filipinas, la silla era japonesa, fabricada por la Mitshubishi, y tenía meditas en las patas para que pudiera correr, y la bicicleta, ligeramente usada, era americana y tenía cambio de velocidades. Había sido propiedad del hijo de un misionero americano.
Traje a casa las tres cosas que había estado esperando tanto tiempo, y eso cambió por completo mi manera de orar.
Hasta entonces siempre había orado en términos vagos, pero desde ese día en adelante, siempre oré en términos claros y precisos. Si Dios va a contestar nues-tras oraciones en los mismos términos vagos conque nosotros pedimos, entonces nunca podremos saber que las está contestando. Debemos orar siempre defi¬nida y específicamente.
El Señor no aprecia las oraciones vagas e imprecisas. Cuando Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, corrió detrás de Jesús, lo hizo gritando: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!” Aunque todo el mundo sabía que lo que él deseaba era la sanidad de sus ojos, con todo eso Jesús le preguntó, «¿Qué quieres que te haga?” Cristo deseaba una respuesta bien específica. Bartimeo le dijo: «Maestro, que recobre la vista”. Jesús le dijo, “Vete, tu fe te ha salvado”. Entonces Bartimeo abrió los ojos.
Jesús no le concedió la sanidad sino hasta después de que el hombre habló específicamente. Cuando usted traiga sus pedidos al Señor, venga con un reque-rimiento específico, un objetivo bien claro y una meta bien nítida.
Una vez me hallaba visitando cierta iglesia. Después del culto la esposa del pastor me pidió si podía venir a la oficina pastoral. El pastor me dijo: — Hermano Cho, ¿podría usted orar por una dama que está aquí?
— ¿Qué necesidad tiene ella? —pregunté
— Bueno, quiere casarse, pero todavía no ha encon-trado marido.
— Dígale que venga.
Ella entró y vi que era una linda mujer, una solterita de unos treinta años.
— Hermana —le pregunté— ¿cuánto tiempo hace que ora por un marido?
— Más de diez años — dijo ella.
— ¿Por qué Dios no ha contestado sus oraciones en estos diez años? —inquirí.
Ella se encogió de hombros. —Bueno, no lo sé. Son cosas de Dios. El sabe todas las cosas.
— Ese es su error —le dije—. Dios nunca trabaja solo. Siempre lo hace a través de usted. Dios es lafuente eterna de todas las bendiciones, pero obra sólo en respuesta a las oraciones de usted. ¿Desea realmente que ore por usted?
— Sí.
— Muy bien, entonces traiga papel y lápiz, y siéntese aquí delante de mí. Ella se sentóyyo le dije: — Si usted responde a todas las preguntas que le voy a hacer, oraré por usted, si no, no. Número uno: usted realmente desea un marido, pero ¿qué clase de marido? ¿Amari¬llo, blanco o negro?
— Blanco.
— Muy bien. Ahora escriba la pregunta número dos. ¿Cómo quiere que sea el marido, alto, mediano o bajo?
— ¡Ah yo deseo un marido bien alto!
— Escriba eso. Número tres. ¿Desea usted un marido delgado y de buena presencia, o uno que sea así no más?
— Quiero que sea delgado y elegante.
— Escriba «delgado y elegante”. Número cuatro: ¿Qué clase de afición, o inclinación quiere que tenga su marido?
— Me gustaría que fuera músico.
— Perfectamente. Escriba ‘ músico ‘. Ahora, ¿qué clase de trabajo quiere que tenga su marido?
— ¡Maestro de escuela!
— Bien. Escriba «maestro de escuela ”.
Le hice más o menos diez preguntas, que ella apuntó en el papel. Entonces le dije: —Por favor, lea su lista. Ella leyó punto por punto. Luego le dije: —Cierre ahora sus ojos. ¿Puede usted visualizar a su marido?
— Sí, lo puedo ver claramente.
— Muy bien. Ahora, ordénelo. Hasta que usted no visualice nítidamente a su futuro marido en su imagi-nación, no podrá pedir por él, porque Dios no le va a contestar. Usted tiene que verlo claramente antes de empezar a orar. Dios nunca contesta oraciones vagas.
Ella se arrodilló, y yo puse mis manos sobre ella.
— Oh, Señor, esta hermana ve ahora claramente a su marido. Yo también puedo verlo. Y tú, Señor, también lo ves. Dios mío, te lo pedimos en el nombre de Jesús.
— Hermana — terminé diciendo — tome este papel y péguelo en el espejo de su cuarto. Cada noche, antes de ir a la cama, lea estos diez puntos y ore. Y cada mañana, cuando se levante, vuelva a leerlos, y pida de nuevo por su marido, y alabe a Dios por su respuesta.
Pasó como un año. Yo andaba cerca de esa iglesia otra vez, la señora del pastor volvió a llamarme por teléfono. — Pastor — me dijo — ¿podría venir a casa y almorzar con nosotros?
— Con todo gusto— le dije. Y fui a almorzar con ellos.
No bien llegué a la cafetería, la señora del pastor me dijo entusiasmada: —¡Ella se ha casado, ella se ha casado!
— ¿Quién se ha casado?
— ¿Recuerda usted aquella muchacha por la cual estuvo orando? Usted le pidió que escribiera diez puntos. ¡Ella se ha casado!
— Sí, ahora recuerdo. ¿Y cómo pasó eso?
— Ese mismo verano llegó a nuestra iglesia un maestro de música de una escuela secundaria, junto con un cuarteto de jóvenes. Se quedaron una semana con nosotros, para cantar en una serie de reuniones especiales. Era un joven soltero, y todas las chicas de la iglesia estaban locas por él. Todas deseaban salir a pasear con él, pero él se mostraba indiferente a todas. Pero enseguida se fijó en esa solterona de 30 años. Siempre andaba alrededor de ella, y antes de que se fueran de la iglesia, ya le había pedido que se casara con él. Ella no vaciló un instante y le dijo que sí.
Se casaron llenos de felicidad en esta misma iglesia, y el día que se casaron la mamá de ella tomó el papel y leyó ante la congregación los diez puntos. Después rompió el papel delante de todos.
Esto parece un cuento, pero sucedió realmente así. Deseo recordarles una cosa: Dios está dentro de uste-des. Dios nunca hace nada concerniente a su vida independiente de usted. Dios trabaja a través de sus pensamientos, a través de sus creencias, de modo que, siempre que quiera que Dios conteste sus oraciones, sea bien claro y definido en sus peticiones.
No diga simplemente: «Dios, bendíceme, bendí-ceme”. ¿Sabe cuántas bendiciones tiene la Biblia? ¡Más de ocho mil promesas! Si usted dice, «Dios bendí¬ceme”, Dios puede preguntarle «¿Qué bendición, délas ocho mil que tengo, quieres que te dé?” Por esto usted tiene que ser bien definido. Tome su libreta, escriba su petición, y visualícela claramente.
Siempre he pedido al Señor que nos conceda un avivamiento en base a números bien definidos. En 1960 comencé a orar: «Dios, dame mil miembros más cada año”. Y desde 1969 en adelante se han ido agregando mil nuevos miembros cada doce meses.
Pero en 1969 mi corazón cambió. Me puse a pensar: «Si Dios puede darme mil miembros nuevos cada año, ¿por qué no pedirle que nos dé mil miembros nuevos cada mes?
Al principio el Señor me dio 600 nuevos miembros, pero poco después me estaba dando mil miembros nuevos cada treinta días. El año pasado recibimos 12 mil miembros nuevos en la iglesia. Este año levanté un poco más la meta, y estoy pidiendo 15 mil. Y el próximo año voy a poder pedir fácilmente 20 mil. Si usted tiene un deseo bien definido, y puede visualizarlo, entonces usted puede llegar a ver realizado ese deseo.
Cuando estábamos construyendo la presente iglesia, que tiene una capacidad de 10.000 asientos, yo la vi-sualicé completamente aun antes que comenzaran a echar el concreto. Caminé centenares de veces por el edificio en construcción, y siempre pude sentir la pre-sencia del Espíritu Santo. Llegé a sentir físicamente la magnitud de esa iglesia, un estremecimiento de mi corazón. Usted también tiene que ver y sentir su deseo en su corazón, y visualizarlo nítidamente en su alma y experimentarlo en sus emociones. Si no ejercita esta ley de la fe, nunca tendrá una respuesta definida a sus oraciones.
Yo siempre procuro ver claramente en mis oraciones. Deseo ver mi objetivo tan nítidamente que me pro-duzca un estremecimiento de corazón. Entonces veo cumplida la primera condición.
En segundo lugar, si usted tiene una visión clara, puede sentir un deseo ardiente por esos objetivos. Mucha gente ora superficialmente . ‘ Dios, contesta mis oraciones”. Y antes de salir del culto ya han olvidado lo que pidieron. Esta clase de oración nunca trae una verdadera bendición, nunca la fe y el toque del Señor. Usted necesita experimentar un deseo ardiente.
En Proverbios 10 J24 se puede leer: «A los justos le será dado lo que desean.” En el Salmo 37:4 se lee: «Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.” Es necesario sentir un deseo muy ardiente por algo, y mantenerse mirando ese algo, hasta que se realice.
Cuando comencé mi ministerio en 1958, tenía en mi alma un deseo quemante, un deseo ardiente de edificar la iglesia más grande de Corea. Era un deseo que ardía en mí, porque vivía con él, dormía con él, caminaba con él. Hoy en día, después de 20 años, suele decirse que mi iglesia es la más grande que hay en el mundo.
Usted debe tener un mismo deseo ardiente en su corazón. Los tibios no le gustan a Dios, porque él se especializa sólo con lo que está al rojo vivo. Si usted tiene deseos puestos al rojo vivo, entonces podrá ver los resultados.
Tercero, usted debe tener la sustancia, o la seguri-dad. En el idioma griego sustancia es hypostasis. En lenguaje común, la palabra puede significar «título o papel legal”. Cuando usted tiene una meta bien defi-nida, y un deseo ardiente en su corazón, un deseo que llegue al punto de ebullición, entonces puede ponerse de rodillas y orar hasta tener la sustancia o la seguri-dad.
Un día que andaba predicando por Hawaii, una mujer japonesa vino y me preguntó cuánto tiempo tenía que orar ella para adquirir seguridad. Le dije que a veces son necesarios sólo unos minutos, y que si ella podía lograr esa sustancia o seguridad en este instante, no necesitaba orar más.
— Pero podría tomar tanto dos minutos, como dos horas, como dos años — le dije —. Cualquiera sea el tiempo que ello demande, debe seguir orando hasta tener la sustancia.
Los occidentales viven envueltos en el problema de vivir conforme a un horario. Todo se vuelve correr, correr y correr. Pronto carecen de tiempo para estar con sus familias, para visitar a los amigos y aun para estar callados delante del Señor. Todo tiene que ser instantáneo: desayuno instantáneo, comida precoci- nada, alimentos en lata, café soluble al instante. Todo debe estar listo en menos de cinco minutos. De modo que cuando van a la iglesia oran diciendo: «Oh, Dios, respóndeme enseguida, pues sólo tengo cinco minu¬tos. Y si no puedes responderme en cinco minutos, mejor olvídalo”. No saben esperar delante del Señor.
Los americanos han convertido las iglesias en luga¬res de esparcimiento. En Corea hemos terminado con todo esparcimiento y entretenimiento. Hacemos unos avisos muy cortos, y damos toda la preeminencia a la Palabra de Dios. Después de predicarla Palabra de Dios hay dos o tres números especiales, y entonces con¬cluimos. La Palabra de Dios es siempre lo preeminente.
Una vez estaba invitado para predicar en un servicio vespertino en una iglesia de Alabama, Estados Unidos. El culto comenzó a las 7.00 de la noche, y entre anun-cios, y cantos y números especiales se fueron como dos horas. Yo me estaba durmiendo, sentado en la plata-forma. También la gente estaba empezando a sentirse cansada. El pastor se me acercó y me dijo: — Cho, predique sólo 10 minutos esta noche, porque tenemos un magnífico programa de televisión, y desearíamos que nos predicase sólo 10 minutos. ¡Yo había venido desde Corea, invitado por ellos, para hablarles sólo 10 minutos!
Con una iglesia así usted no puede esperar la plena bendición de Dios. Una iglesia como ésa necesita es-perar largo tiempo delante del Señor, lo mismo que necesita una sólida predicación de la Palabra de Dios. Esto es lo que edifica la fe. Usted debe esperar delante del Señor todo el tiempo necesario hasta que adquiera la seguridad.
Cuando necesitaba cinco millones de dólares para terminarla iglesia, que ya estaba en construcción, tenía una visión muy clara, una meta bien visible y un deseo bien ardiente de tener ya lista esa iglesia con asientos para diez mil espectadores. Pero mi corazón estaba lleno de temor. Estaba trémulo, asustado, y no tenía ninguna seguridad. Esos cinco millones eran una montaña y estaba como un conejo asustado. Para los extranjeros ricos cinco millones de dólares no signifi-caban mucho, pero para los coreanos pobres eran una gigantesca suma de dinero. Empecé a orar como una persona que se está muriendo. Dije: — Señor,ya hemos empezado la construcción. Pero todavía no tenemos ninguna seguridad. Y no sé de dónde conseguir ese dinero.
Comencé a preocuparme. Pasó un mes, y yo todavía sin conseguir paz y seguridad. Pasó un segundo mes, y yo me mantenía orando hasta las doce de la noche. Podía arrojar mi cama a un lado, y acurrucarme en un rincón y llorar. Mi esposa pensaba que me estaba vol-viendo loco, pero yo estaba mentalmente ciego. Me lo pasaba parado allí, sin hablar ni pensar, solamente haciendo girar en mi cabeza la suma de cinco millones de dólares.
Después de orar intensamente durante tres meses, una mañana mi esposa me llamó! —Querido, el desa-yuno está listo.
Al salir de mi estudio, y casi en el preciso momento de sentarme a la mesa, los cielos se abrieron y una tremenda bendición se derramó sobre mí. La sustancia y la seguridad fueron impartidas a mi alma. Salté de mi silla como un tiro y empecé . gritar: —¡Lo tengo, lo tengo, oh sí, lo tengo!
Mi esposa salió corriendo de la cocina, el rostro intensamente pálido. Se la veía aterrada, y me dijo
— Querido, ¿te sientes bien? ¿qué te pasa? ¡Siéntate!
—Ya lo tengo —le dije.
— ¿Qué es lo que tienes?
—Tengo los cinco millones de dólares — afirmé con toda seguridad.
—Te has vuelto loco —dijo ella—, completamente loco.
— No, querida. Ya tengo esos cinco millones dentro de mí. ¡Ellos están creciendo ahora! ¡Sí, están creciendo dentro de mí! Súbitamente se tomaron una piedrecita en mi mano. Oré con toda seguridad. Mi fe los agarró, y no hice más que echar mano de ellos. Eran míos.
Yo ya tenía la sustancia. Y una vez que usted tiene la sustancia — el título legal — sea que usted vea ya esas cosas o no, ellas vendrán a ser legalmente de usted, porque las cosas que le pertenecen legalmente, tienen que llegar a ser suyas completamente. De modo que oré hasta adquirir esa seguridad.
Durante la primera parte de ese año oré continua-mente pidiendo 50.000 miembros, hasta que el Señor me dio la seguridad de que los tendría. Esos miembros estaban dentro de mí, creciendo de la misma manera que iban creciendo fuera de mí. Este es el secreto: orar hasta tener la sustancia, la seguridad.
Cuarto, usted debe dar muestras de su fe. La Biblia dice que Dios levanta a los muertos. Eso significa que Dios realiza milagros, llamando a las “cosas que no son, como las que son».
Abraham era un viejo de cien años y Sara una vieja de noventa. Ambos tenían un anhelo bien claro: tener un hijo. Sentían un deseo ardiente de ver ese hijo, y oraron durante 25 años. En cierto momento Dios les dio una promesa, y cuando ellos tuvieron la seguridad, Dios cambió inmediatamente sus nombres. “Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muche-dumbre de gentes… a Sarai, tu mujer, no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre” (Génesis 17:5,15).
Abraham protestó un poco. “Padre, la gente se reirá de mí. En casa no tenemos siquiera un gatito,y tú dices que vas a cambiar mi nombre a ‘Padre de una multitud’, y a Sarai la vas a llamar ‘Princesa’. ¡Toda la gente del pueblo va a decir que estoy loco!
Pero Dios dijo: —“Si tú deseas trabajar conmigo tendrás que hacer las cosas como yo las hago. Yo llamo las cosas que no son como si fueran, y si tú no hablas claramente como si ya tuvieras lo que todavía no es, no serás de mi categoría.”
De modo que Abram cambió su nombre. Y se acercó a su mujer y le dijo: «Esposa mía, mi nombre ha sido cambiado. Ya no soy más Abram, sino Abraham, Padre de una multitud”. Dios ha cambiado mi nombre. Y tú tampoco serás más Sarai, sino Sara.
Esa misma noche Abraham iba caminando hacia el valle. Sara, que ya tenía lista la cena, llamó a su marido: “Abraham, está lista la cena.” Estas palabras repique-tearon por todo el poblado.
Los aldeanos dejaron de trabajar, y se miraron unos a otros. —¡Oigan eso, lo está llamando Abraham, el padre de una multitud! Pobre Sarai, está tan ansiosa de tener un hijo, siendo una vieja de 90 años, que ha comenzado a llamar a su marido “padre de naciones”. Debe haber perdido el juicio. ¡Nos da mucha pena!
Entonces oyeron una fuerte voz de barítono que decía: —¡Querida Sara, enseguida estoy contigo!
— ¿Qué? —volvieron a comentar los aldeanos — ¿Sara, la princesa, la madre de muchos hijos? ¡Oh, a Abram le ha agarrado la misma chifladura! Los dos se han vuelto locos.
Pero Abraham y Sara no hicieron caso a los comen-tarios de los vecinos. Se llamaron el uno al otro «Padre de una multitud” y «Princesa”. Y exactamente como se llamaron el uno al otro, exactamente como dieron testimonio de su seguridad, tuvieron un niño muy hermoso al cual llamaron Isaac, que significa «risa”.
Hermanos y hermanas, ¿desean ustedes ver una sonrisa en sus rostros? ¿Desean ver sonrisas en los de su casa? ¿Desean ver sonrisas en sus negocios y sus iglesias? ¡Usen la ley de la fe! Entonces podrán ver muchos «Isaacs” naciendo en sus vidas.
Los milagros no se producen por medio de una lucha ciega. Hay leyes en el reino espiritual, y usted posee en el corazón recursos inagotables. Dios habita dentro de usted. Pero Dios no va a hacer nada por usted, a menos que lo haga pasando por su propia vida. Dios quiere cooperar con usted en la obtención de grandes cosas. Dios es el mismo, porque Jehová nunca cambia. Pero hasta que no cambie la persona, Dios no puede manifestarse en ella. Dios usó a Moisés y a Josué y a otros hombres de fe gigante. Pero cuando Moisés y Josué murieron, y no nacieron otros hombres como ellos, el pueblo comenzó a desbarrancarse y Dios cesó de manifestar su poder.
Dios desea manifestarse hoy a través de usted, tal como se manifestó en Cristo dos mil años atrás. El es ahora tan poderoso como entonces, y está depen¬diendo de usted. Creo que Dios podría edificar una iglesia para diez mil personas en Corea, en Japón, en Alemania, en Estados Unidos o en cualquier parte, porque la visión de una iglesia tan grande no está en el exterior, sino en el interior de uno.
Lo que es engendrado en su corazón y en su mente está listo para realizarse en su ambiente y circunstan-cias. Vigile su corazón y su mente más que ninguna otra cosa. No trate de hallar la respuesta de Dios en otra persona, porque la respuesta de Dios viene a su espí-ritu, y por medio de su espíritu la respuesta de Dios se materializa en sus circunstancias.
Clame, y hable por una palabra de seguridad, porque de todos modos la Palabra de Dios sale y crea. Dios habló, y se formó el cosmos. La Palabra de Dios es la materia prima que el Espíritu Santo usa para crear.
De modo que usted debe pronunciar la palabra, porque esto es muy importante. La iglesia de hoy ha perdido el arte de dar órdenes. Los cristianos hemos venido a ser perpetuos mendigos, porque estamos mendigando constantemente. Moisés oró en la orilla del mar Rojo: «¡Oh, Dios, ayúdanos, porque vienen los egipcios!” Dios le replicó: «¿Por qué clamas a mí? ¡Di a los hijos de Israel que marchen! Y tú, alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo” (Exodo 14:15-16).
Hay momentos en que usted debe orar, pero hay otros momentos en que sólo tiene que dar la orden. Usted debe orar cuando está en su cámara secreta de oración, pero cuando se halla en el campo de batalla, entonces debe dar la palabra de creación.
Cuando leemos la vida de Jesucristo, vemos que siempre estaba dando órdenes. A veces oraba durante toda la noche. ¡Pero cuando venía al frente de batalla, daba órdenes! Mandaba que el pueblo fuese sanado. Ordenaba a las olas del mar que se calmaran. Mandaba al demonio que saliera de las personas.
Y sus discípulos hicieron la misma cosa exacta¬mente. Pedro le dio la orden al mendigo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!” (Hechos 3:6). Al cuerpo exánime de Dorcas le ordenó, «Tabita, a ti te digo ¡levántate!” (Hechos 9:40). Y Pablo mandó al para-lítico de Listra, «¡Levántate derecho sobre tus pies!” (Hechos 14:10). Ellos sabían dar la palabra creadora.
La Biblia habla de sanidad de los enfermos. En la epístola de Santiago leemos: “La oración de fe salvará al enfermo” (Santiago 5:15). Dios nos pide claramente que sanemos a los enfermos, de modo que en mi iglesia yo sano a los enfermos en la forma en que el Espíritu me guía a hacerlo. Me pongo enfrente de ellos y les digo: «Tú estás sanado, ¡levántate y ponte derecho!” Pido que se manifieste la sanidad, y por docenas, por centena¬res, los enfermos son sanados. Hace unos pocos meses me encontraba celebrando reuniones en Australia. Una noche, había más de 1.500 personas apretadas en un lugar. Justo enfrente de mí había una señora en silla de
ruedas. Su cuerpo se veía muy torcido, y tenía un aspecto muy deprimido. Le pregunté al Señor: —¿Por qué pusiste esta señora delante de mí? No puedo ejer-cer mi fe después de verla. Traté de no mirarla cuando predicaba. Miraba hacia la derecha y luego rápida-mente hacia la izquierda, porque la vista de ella era como echar agua fría sobre mi corazón.
Al finalizar el sermón el Espíritu Santo me dijo súbi-tamente: «Bájate, y levántala.”
Contesté enseguida: —Querido Espíritu ¿realmente quieres decirme que debo bajar y levantarla de su silla de enferma? Ella está tan mal, tan torcida. Me pregunto si aun Jesús podría enderezarla. Yo no puedo hacerlo. Tengo miedo.
Pero el Espíritu volvió a decirme: “Anda y enderé-zala.”
Rehusé otra vez, diciendo: —¡Ah, no, me da miedo!
Comencé a orar por otras diversas sanidades, como me mostraba el Espíritu, diferentes al caso de esta mujer. Primero, una mujer ciega fue sanada. La mujer estaba tan asustada cuando oré por ella, que cuando sus ojos fueron abiertos y pudo ver, cayó desmayada. Entonces comenzaron a venir los enfermos de todas partes del auditorio. Yo oraba por toda clase de enfer-medades, pero el Espíritu seguía insistiendo: “Baja, y enderézala”.
Volví a decir: — Padre, está demasiado contrahecha. La verdad es que temo arriesgarme.
Al final del servicio, cuando el pastor pidió a la con-gregación que se pusieran de pie para cantar el último himno, bajé de la plataforma y fui hasta la mujer. Con un susurro de voz le dije al oído: —Señora, si usted desea, puede levantarse ahora de esta silla.
Enseguida me alejé rápidamente. Cuando me di vuelta, toda la gente estaba gritando y palmeando las manos. La señora se había incorporado de la silla de ruedas y caminaba alrededor de la plataforma. Me di cuenta que había sido un tonto. Porque si esta señora hubiera sido sanada al principio de la reunión, esa noche el cielo mismo habría bajado a la tierra. Pero yo había tenido miedo, y había perdido una oportunidad.
Mucha gente viene y me pregunta si yo tengo el don de la fe, o el don de la sanidad. Yo he examinado profundamente mi corazón y no he hallado ningún don en mí. Yo creo que las sanidades se producen porque el Espíritu Santo habita en mí. El Espíritu Santo es el que tiene los dones, los nueve de ellos, y El habita dentro de nosotros. Es el Espíritu Santo el que se ma¬nifiesta a sí mismo por medio de mí. Yo no tengo ninguno de los dones, sólo el Espíritu Santo los tiene. Yo solamente creo en El y le obedezco.
¿Qué clase de don tengo yo? Yo podría decirles que tengo un don, el don de la intrepidez, del arrojo o de la audacia. Con este don de la intrepidez, nos lanzamos a una empresa por fe, y el Espíritu Santo sigue detrás de nosotros. La Biblia no dice que una señal irá delante de usted. Más bien dice que las señales le seguirán. Uste-des deben marchar adelante, para que las señales sigan detrás. Manténgase dentro de la ley de incubación, y confíe, a lo largo de toda su vida, que señal tras señal sigan su camino de fe.
Usted tiene todos los recursos dentro de sí mismo, y ahora usted conoce todos los elementos que se nece-sitan para la incubación, para que su fe sea usable. Tenga un objetivo o meta bien claro y definido. Tenga un deseo quemante al punto de hacerse casi insopor-table, entonces ore, hasta tener la seguridad, o sustan-cia. Entonces comience a pronunciar la palabra de seguridad que le ha sido dada.